jueves, 14 de julio de 2011

El vals lento de las tortugas


Como ya dije, me soprendió que en este libro se dieran muestras de bdsm, lo primero que voy a poner es lo que me llamó la atención en un principio... no me lo pareció mucho ojo, pero conforme iba leyendo, se daban más casos.
Igual os parecerá una tontería, pero aún así es mi blog y comparto en él lo que me gusta :P pongo el link del libro :
http://ifile.it/pe0klgc/PANCOL%2C%20katherine%20-%20El%20vals%20lento%20de%20las%20tortugas

Extracto de un manual católico de economía doméstica
para mujeres, publicado en 1960

Está usted casada ante Dios y los hombres. Debe estar usted a la altura de su misión.
POR LA TARDE CUANDO ÉL VUELVA Prepare las cosas con antelación para que le espere una comida deliciosa. Es una forma de demostrarle que ha pensado usted en él y que se preocupa de sus necesidades.
ESTÉ DISPUESTA Descanse quince minutos para estar relajada. Retoque su maquillaje, póngase una cinta en el pelo y esté fresca y afable. Él pasa la jornada en compañía de gente sobrecargada de preocupaciones y de trabajo. Su dura jornada necesita
distracción, es uno de sus deberes el hacer que así sea. Su marido tendrá la sensación de tener un remanso de paz y orden y eso hará que usted sea igualmente feliz. En definitiva, velar por su comodidad le procurará una inmensa satisfacción personal.

-REDUZCA TODOS LOS RUIDOS AL MÁXIMO En el momento de su llegada, elimine todos los ruidos de la lavadora, la secadora o el aspirador. Exhorte a los niños para que estén tranquilos. Acójale con una calurosa sonrisa y muestre sinceridad en su deseo de
complacerle. ESCÚCHELE Puede ser que tenga usted una docena de cosas importantes que
decirle, pero su llegada a casa no es el momento oportuno. Déjele hablar primero, recuerde que sus temas de conversación son más importantes que los suyos.
NO SE QUEJE NUNCA SI VUELVE TARDE O sale para cenar o para ir a otros lugares de diversión sin usted.
NO LE RECIBA CON SUS QUEJAS Y SUS PROBLEMAS Instálele confortablemente. Propóngale relajarse en una silla cómoda o ir a tumbarse al dormitorio. Hable con una voz suave, tranquilizadora.
No le haga preguntas y no ponga en duda su juicio o su integridad. Recuerde que él es el cabeza de familia y que como tal, ejercerá siempre su voluntad con justicia y honestidad.
CUANDO HAYA TERMINADO DE CENAR RECOJA LA MESA Y LIMPIE RÁPIDAMENTE LA VAJILLA
Si su marido le propone ayudarla, decline su oferta pues podría sentirse obligado a repetirla después y, tras una larga jornada de trabajo, no necesita ningún trabajo suplementario. Anímele a que se dedique a sus pasatiempos favoritos y muéstrese interesada sin dar la impresión de invadir sus dominios. No le aburra hablándole, pues los temas de interés de las mujeres son a menudo bastante insignificantes comparados con los de los hombres. Una vez que se hayan retirado los dos al dormitorio, prepárese para meterse en la cama con prontitud.
ASEGÚRESE DE ESTAR ATRACTIVA ANTES DE ACOSTARSE...
Intente tener una apariencia que sea agradable sin ser provocadora. Si debe usted aplicarse crema o ponerse bigudíes, espere a que esté dormido pues tal espectáculo podría afectar a su sueño.
EN LO QUE CONCIERNE A LAS RELACIONES ÍNTIMAS CON SU
MARIDO
Es importante recordar sus votos de matrimonio y en particular su obligación de obedecerle. Si estima que necesita dormir inmediatamente, que así sea. En todo caso, guíese por sus deseos y no ejerza ninguna presión sobre él para provocar o estimular una relación íntima.
SI SU MARIDO SUGIERE EL ACOPLAMIENTO Acepte entonces con humildad teniendo siempre en cuenta que el placer de un hombre es más importante que el de una mujer. Cuando haya alcanzado el orgasmo, un pequeño gemido por su parte le animará y será perfectamente suficiente para indicar toda forma de placer que haya usted podido tener.
SI SU MARIDO SUGIERE ALGUNA OTRA PRÁCTICA MENOS CORRIENTE
Muéstrese obediente y resignada, pero indique una eventual falta de entusiasmo guardando silencio. Es probable que su marido se duerma entonces rápidamente: ajústese la ropa, refrésquese y aplique su crema de noche y sus productos de cuidado para el pelo.
PUEDE USTED ENTONCES PONER EL DESPERTADOR Con el fin de estar levantada un poco antes que él por la mañana. Eso le permitirá tener su taza de té a su disposición cuando despierte.


Ahora voy a poner lo que más me hizo flipar XD


¿Y qué me importa? Ese hombre me enseña a amar. Me doma de lejos, en silencio. Un estremecimiento de placer crepitó entre sus piernas, y se acurrucó para que continuara ardiendo en su bajo vientre. ¿Así que esto es el amor? Esa herida fulgurante que dan ganas de morir... Esa espera deliciosa en el que una no sabe quién es, en la que tiendes la nuca, dócil cuando te ponen lar riendas, te tapan los ojos, te conducen al poste de la abnegación. Iré hasta el final con él. Le pediré perdón por haberle insultado. Él intentaba guiarme por el camino del amor, y yo pataleaba como una niña mimada. Yo reclamaba un juramento, un beso, mientras que él me hacía entrar en un recinto sagrado. No había entendido nada. Miraba fijamente el teléfono y suplicaba para que sonara. Diré... Debo cuidar mis palabras para no ofenderle y que comprenda que me rindo.
Diré, Hervé, le he esperado y he comprendido. Haga de mí lo que quiera. No pido nada, sólo el peso de sus manos sobre mi cuerpo, moldeándome como un montón de arcilla. Y si pido demasiado, ordéneme esperar y esperaré. Permaneceré enclaustrada y bajaré los ojos cuando aparezca.
Beberé si lo ordena, comeré si lo manda, me purificaré de mis cóleras inútiles, de mis caprichos de niña pequeña.
Suspiró con una alegría tan intensa que creyó desfallecer.

ESO ES UNA PARTE, VOY A IR COPIANDO ALGUNAS SOLO, NO TODO...

El me ha enseñado el amor. Esa felicidad imborrable que yo buscaba acumulando, mientras que al contrario debía entregarme, darme, dejarlo todo... El me ha dado un lugar en la vida. Voy a levantarme, a ponerme mi vestido marfil, ese que él me compró, ponerme una cinta en el pelo, y a quedarme sentada, cerca de la puerta, esperándole. No llamará por teléfono. Llamará a la puerta. Abriré, la mirada gacha, el rostro limpio de toda prisa, y le diré... Se acercaba la hora de la verdad.
Se pasó todo el día esperando oír sus pasos, levantando el teléfono, comprobando si funcionaba.
No vino esa noche.

Lloró, sentada sobre la silla con su hermoso vestido marfil. No debo ensuciarlo. Mi hermoso vestido de novia.
Terminó la botella de vino tinto y se tomó dos Stilnox.
Fue a acostarse.
Él le había hecho saber que había vuelto poniendo la música muy alta.
Ella le había hecho saber que se sometería no bajando a llamar a su
puerta.

AHORA ES LA PARTE BUENA XD

Bajó. Llamó tímidamente. Él abrió, frío y majestuoso.
—¿Sí? —preguntó como si no la viera.
—Soy yo...
—¿Quién es yo?
—Iris...
—No basta.
—Vengo a pedirle perdón.
—Eso está mejor...
—Perdón por haberle llamado mentiroso...
Avanzó hacia el quicio de la puerta. Él la rechazó con el dedo.
—He sido frívola, egoísta, colérica... Durante estos quince días a solas, ¡he comprendido tantas cosas!, ¿sabe usted?
Ella tendió los brazos hacia él en ofrenda. Él se echó hacia atrás.
—¿Me obedecerá usted a partir de ahora, en todo y para todo?
—Sí.
Le hizo una señal para que entrase. La detuvo inmediatamente cuando ella pretendió dirigirse hasta el salón. Cerró la puerta.
—He pasado unas vacaciones muy malas por culpa suya... —dijo.
—Le pido perdón... ¡He aprendido tantas cosas!
—¡Y todavía tiene muchas que aprender! No es usted más que una niña egoísta y fría. Sin corazón.
—Quiero aprenderlo todo de usted...
—¡No me interrumpa cuando hablo!
Ella se dejó caer sobre una silla, azotada por su tono autoritario.
—¡De pie! No he dicho que se siente.
Ella se levantó.
—Ahora me obedecerá si desea usted seguir viéndome...
—¡Lo deseo! ¡Lo deseo! ¡Tengo tantas ganas de usted!
Él dio un salto hacia atrás, asustado.

—¡No me toque! Soy yo quien decide, ¡yo quien da la autorización! ¿Quiere usted pertenecerme?
—¡Con todas mis fuerzas! No vivo más que con esa esperanza. He comprendido tanto...
—¡Cállese! Lo que haya usted comprendido en su pequeño cerebro de mujer fútil no me interesa. ¿Lo entiende?
El pequeño estremecimiento de placer volvió a crepitar entre sus piernas. Bajó los ojos, avergonzada.
—Escuche y repita conmigo...
Ella asintió con la cabeza.
—Va usted a aprender a esperarme...
—Voy a aprender a esperarle.
—Va usted a obedecerme en todo y para todo.
—Le obedeceré en todo y para todo.
—¡Sin hacer preguntas!
—Sin hacer preguntas.
—Sin interrumpirme nunca.
—Sin interrumpirle nunca.
—Yo soy el amo.
—Es usted el amo.
—Usted es mi criatura.
—Yo soy su criatura.
—No pondrá usted ninguna objeción.
—No pondré ninguna objeción.
—¿Está usted sola o acompañada?
—Estoy sola. Sabía que iba usted a volver y he alejado a Joséphine. Y también a las niñas.
—Perfecto... ¿Está usted dispuesta a recibir mi ley?
—Estoy dispuesta a recibir su ley.
—Va usted a pasar un periodo de purificación con el fin de desembarazarse de sus demonios. Se quedará en casa respetando estrictamente las consignas. ¿Está dispuesta a escucharlas? Haga una señal con la cabeza, y a partir de ahora baje la mirada cuando esté en mi presencia, no la levantará hasta que yo se lo ordene...
—Es usted mi amo.
Él la golpeó con todas sus fuerzas. La cabeza de Iris rebotó sobre su hombro. Se llevó la mano a la mejilla, él la cogió del brazo y se lo torció.
—No le he dicho que hable. ¡Cállese! ¡Yo doy las órdenes! Ella asintió. Sintió cómo se le hinchaba la mejilla y ardía. Sintió ganas de acariciarse la escocedura. El estremecimiento estalló de nuevo entre sus piernas. Estuvo a punto de tambalearse de placer. Agachó la cabeza y
susurró:
—Sí, amo.
Él permaneció silencioso como si la examinara. Ella no se movió,
permaneció con la mirada gacha.
—Va usted a subir a su habitación y a vivir enclaustrada el tiempo que yo decida y siguiendo un horario que yo le daré. ¿Acepta usted mi ley?
—La acepto.
—Se levantará cada mañana a las ocho, irá a lavarse cuidadosamente, por todas partes, por todas partes, debe estar limpio hasta lo más recóndito, lo comprobaré. Después se arrodillará, pasará revista a todos sus pecados, los escribirá en un papel que yo recogeré. Después, rezará sus oraciones. Si no tiene usted libro de oraciones, le prestaré uno...
¡responda!
—No tengo libro de oraciones —dijo ella con la mirada gacha.
—Le prestaré uno... Después hará la casa, lo limpiará todo perfectamente, lo hará de rodillas, las manos en la lejía, el buen olor a lejía que elimina todos los gérmenes, frotará usted el suelo ofreciendo su trabajo a la misericordia de Dios, le pedirá perdón por su antigua vida disoluta. Seguirá ocupándose de la casa hasta las doce. Si debo pasar, no quiero ni rastro de suciedad, ni rastro de polvo o será castigada. A las doce, tendrá usted derecho a comer una loncha de jamón y arroz blanco. Y beberá agua. No quiero ningún alimento de color ¿soy lo bastante claro?
Diga sí si lo ha comprendido... —Sí.
—Por las tardes, leerá su libro de oraciones, de rodillas durante una hora, después lavará la ropa, planchará, limpiará los cristales, lavará las cortinas, los visillos. Quiero que todo esté vestido de la forma más sencilla posible. De blanco. ¿Tiene usted un vestido blanco? —Sí.
—Perfecto, lo llevará todo el tiempo. Por la noche lo lavará y lo dejará secar sobre una percha en la bañera para que esté lista para ponérselo por la mañana. No soporto los olores corporales. ¿Está claro? Diga sí.
—Sí.
—Sí, amo.
—Sí, amo.

—El pelo recogido hacia atrás, sin joyas, ni maquillaje, trabajará mirando al suelo, todo el tiempo... Puedo llegar a cualquier hora del día y si la sorprendo desobedeciendo, será usted castigada. Le infligiré un castigo que elegiré cuidadosamente para curarla de sus vicios. Por la noche repetirá la misma comida. No toleraré nada de alcohol. No beberá más que agua, agua del grifo. Voy a subir a hacer una inspección y a tirar todas las botellas... porque usted bebe. Es usted una alcohólica. ¿Es usted consciente de ello? ¡Responda!
—Sí, amo.
—Por la noche, esperará sentada sobre una silla, por si quiero subir a realizar una visita de inspección. En la oscuridad más completa. No quiero ninguna luz artificial. Vivirá a la luz del día. No hará ningún ruido. Ni música, ni televisión, ni tararear canciones. Susurrará sus oraciones. Si no aparezco, no se quejará. Permanecerá en silencio sobre su silla meditando. Tiene usted mucho que hacerse perdonar. Ha llevado usted una vida sin interés, únicamente centrada en usted. Es usted muy hermosa, ¿sabe?... Ha jugado usted conmigo y yo he caído en sus redes.
Pero me he liberado. Ese tiempo ha terminado. Atrás. No he dado permiso
para que se acerque...
Ella dio un pasito hacia atrás y, de nuevo, una sacudida eléctrica recorrió su bajo vientre. Agachó la cabeza para que él no percibiera que sonreía de placer.
—Al menor desvío, habrá represalias. Estaré obligado a pegarla, a castigarla y pensaré en el castigo que le haga daño físico, es necesario, es necesario, y moral... Debe usted ser rebajada después de haberse pavoneado como una niña orgullosa.
Ella cruzó las manos a su espalda, permaneció con la cabeza gacha.
—Esté lista para mis visitas intempestivas. Olvidé decírselo, la encerraré para estar seguro de que no se escape. Me dará su juego de llaves jurándome que no existe otro disponible. Todavía está usted a tiempo de retirarse de este programa de purificación. No le impongo nada, debe decidir libremente, reflexione y diga sí o no...
—Sí, amo. Me doy a usted.
El la golpeó con el dorso de la mano como si la barriera.
—No ha reflexionado. Se ha precipitado en su respuesta. La velocidad es la forma moderna del demonio. He dicho: ¡reflexione!
Ella bajó los ojos y permaneció en silencio. Después murmuró:
—Estoy dispuesta a obedecerle en todo, amo.
—Está bien. Es usted enmendable. Está en el camino de la rehabilitación.
Ahora subiremos a su casa. Subirá cada escalón con la cabeza agachada, las manos en la espalda, lentamente, como si trepase por la montaña del arrepentimiento...
La hizo pasar delante, cogió una fusta colgada de la pared de la entrada y le azotó las piernas para hacerla avanzar. Ella se estremeció. La azotó de nuevo y le ordenó no manifestar ninguna pena, ningún dolor cuando la golpeaba. En el piso de Joséphine, vació todas las botellas en la pila con una risa malvada. Hablaba consigo mismo con voz nasal y repetía el vicio, el vicio está por todas partes en el mundo moderno, ya no hay límites al vicio, hay que limpiar el mundo, librarlo de todas las impurezas,
esta mujer impura va a purificarse.
—Repita conmigo, no volveré a beber.
—No volveré a beber.
—No he escondido botellas para beberías a escondidas.
—No he escondido botellas para beberías a escondidas.
—En todo, obedeceré a mi amo.
—En todo, obedeceré a mi amo.
—Es suficiente por esta noche. Puede ir a acostarse...
Ella se echó hacia atrás para dejarle pasar, le tendió su juego de llaves que él se metió en el bolsillo.
—Recuerde, puedo aparecer en cualquier momento y si el trabajo no está hecho...
—Seré castigada.
La golpeó de nuevo y ella dejó escapar una queja. Había golpeado tan fuerte que su oído resonaba.
—¡No tiene derecho a hablar si yo no lo autorizo!
Ella lloró. El la golpeó.
—Son lágrimas falsas. Pronto derramará lágrimas auténticas, lágrimas de alegría... Bese la mano que la castiga.
Ella se inclinó, besó delicadamente la mano, osando apenas rozarla.
—Está bien. Voy a poder hacer algo con usted, creo. Aprende pronto.
Durante el tiempo de purificación se vestirá de blanco. No quiero ver ni un resto de color. El color es derroche.
La agarró del pelo y lo echó hacia atrás.
—Baje la mirada para que la inspeccione.
Pasó un dedo sobre su rostro desmaquillado y se sintió satisfecho.
—¡Se diría que ha empezado usted a comprender! Se rio.
—Le gusta a usted la mano dura, ¿verdad?
Se acercó a ella. Le cogió los labios para verificar la limpieza de los dientes. Quitó un resto de comida con la uña. Ella percibía su olor a hombre fuerte, poderoso. Está bien, pensó, que así sea. Pertenecerle. Pertenecerle.
—Si me obedece usted en todo, si se vuelve pura como debe serlo cada mujer, nos uniremos...
Iris ahogó un pequeño grito de placer.
—Caminaremos juntos hacia el amor, el único, el que debe ser sancionado por el matrimonio. En el momento en que yo lo decida... Y será mía. Diga, lo quiero, lo deseo y bese mi mano.
—Lo quiero, lo deseo...
Y le besó la mano. Él la envió a acostarse.
—Dormirá con las piernas cerradas para que no penetre ningún pensamiento impuro. A veces, si se porta mal, la ataré. ¡Ah! Lo olvidaba, dejaré a las ocho en punto, cada mañana, las lonchas de jamón blanco y el arroz blanco que deberá cocer. Sólo comerá eso. Es todo. Vaya a acostarse. ¿Sus manos están limpias? ¿Se ha lavado usted los dientes?
¿Su camisón está listo? Ella sacudió la cabeza. Él le pellizcó violentamente la mejilla, ella ahogó un grito.
—Responda. No admitiré ninguna excepción a la regla o lo pagará.
—¡No, amo!
—Vaya a hacerlo. Esperaré. Dese prisa...
Lo hizo. El se volvió de espaldas para no verla desnudarse.
Ella se metió en la cama.
—¿Tiene usted un camisón blanco?
—Sí, amo.
Él se acercó la cama y le acarició la cabeza.
—¡Ahora duerma!
Iris cerró los ojos. Oyó cómo cerraba la puerta y giraba la llave en la cerradura.
Estaba prisionera. Prisionera del amor.


Una mañana, Iris se despertó y le encontró de pie al lado de la cama. Se sobresaltó. ¡No había oído el despertador! No levantó el brazo para protegerse del golpe de fusta que iba a sancionar su falta. Bajó los ojos y esperó.
Él no le pegó. No comentó la menor falta a la regla. Dio una vuelta alrededor de la cama, levantó la fusta, azotó el aire y declaró:
—Hoy no comerá. He colocado dos lonchas de jamón blanco y arroz sobre la mesa, pero no tiene usted derecho a tocarlo. Las lonchas son grandes. Es jamón blanco de buena calidad, dos buenas lonchas gruesas,

aromáticas cuyo olor vendrá a tentarla. Pasará el día sobre su silla leyendo su libro de oraciones y vendré a comprobar, por la noche, que las lonchas están intactas. Está usted sucia. El trabajo es más importante de lo que pensaba. Hay que limpiar a fondo para que se convierta en una buena esposa.
Dio unos pasos. Levantó con la punta de la fusta la colcha de la cama para verificar si el suelo estaba limpio. La dejó caer, satisfecho.
—Por supuesto, habrá hecho la casa como cada mañana, pero no comerá. Tendrá derecho a dos vasos de agua. Los he dejado sobre la mesa. Deberá beberlos imaginándose la fuente que fluye y la purifica.
Después, cuando haya terminado la limpieza, irá a su silla, leerá y me esperará. ¿Está claro?
Ella gimió: «Sí, amo», sintiendo el hambre que la atenazaba desde la víspera, despertarse como un animal en su vientre.
—Para verificar que ha permanecido tranquilamente estudiando su libro de oraciones, voy a darle una que aprenderá de memoria, y deberá recitarme SIN COMETER FALTAS, ya que el menor balbuceo será castigado de forma que retenga la lección. ¿Entendido?
Bajó los ojos y suspiró: «Sí, amo».
La azotó con un golpe de fusta.
—¡No lo he oído!
—Sí, amo —gritó, las lágrimas cayendo sobre su pecho.
Tomó su libro de oraciones, lo hojeó, encontró una que pareció satisfacerle, y comenzó a leerla en voz alta.
—Es un extracto de la Imitación de Cristo. Se titula De la resistencia que hay que ofrecer a las tentaciones. Usted no ha sabido nunca resistirse a las tentaciones. Este texto se lo va a enseñar.
Se aclaró la voz y comenzó:
—«No podemos estar sin aflicción ni tentaciones mientras vivimos en este mundo. Eso es lo que hace decir a Job que la vida del hombre sobre la tierra es una tentación continua. Es por eso que cada uno debería tomar precauciones contra las tentaciones a las que está sujeto, y velar en oración por temor al demonio, que no duerme nunca y que ronda a nuestro lado buscando a quién devorar, no encuentre la ocasión de
sorprendernos. No hay hombre tan perfecto y tan santo que no haya tenido a veces tentaciones y no podemos sentirnos completamente exentos de ellas. Sin embargo, aunque esas tentaciones sean enojosas y rudas, son a menudo de una gran utilidad, porque sirven para humillarnos, purificarnos, instruirnos. Todos los santos han pasado por grandes tentaciones y duras pruebas y han encontrado en ellas sus enseñanzas...».

Leyó mucho rato, con voz monocorde, y después dejó el libro sobre la colcha de la cama y declaró:
—Quiero oírselo recitar de memoria, con toda la humildad y el cuidado por mí exigidos, esta noche, cuando venga a visitarla.
—Sí, amo.
—¡Bese la mano del amo!
Ella besó su mano.
Él se dio la vuelta y la dejó, muerta de hambre, de dolor, inerte bajo las sábanas blancas. Lloró mucho tiempo, con los ojos muy abiertos, sin moverse, sin protestar, los brazos a lo largo del cuerpo, las manos abiertas bajo la manta. Ya no tenía más fuerzas.


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Ocho días que vivía recluida en el piso. Levantándose a la siete ymedia, cada mañana, para estar limpia cuando él viniese a dejarle lacomida.
Llamaba a las ocho en punto y preguntaba: «¿Está usted levantada?»,y si ella no respondía con voz alta y clara, la castigaba. Había pasado todoun día atada a su silla, por no haber oído el despertador una mañana.Había conservado su provisión de Stilnox escondida bajo el colchón ytragaba comprimidos para olvidar que ya no podía beber. Había perdido lanoción del tiempo. Sabía que hacía ocho días porque él se lo recordaba. Eldécimo día, se casarían. Él se lo había prometido. Sería un compromiso.
Un compromiso solemne.
—¿Y habrá un testigo? —había preguntado ella, los ojos bajos, lasmanos atadas a la espalda.
—Tendremos un testigo para los dos. Que tomará nota de nuestrocompromiso antes de que se haga oficial ante los hombres...
Eso le iba bien. Esperaría. El tiempo necesario para que él tuviese todos los papeles para divorciarse. Él no hablaba nunca de divorcio sino siempre de matrimonio. Ella no hacía preguntas.
Ahora tenían una rutina. Ella ya no desobedecía y él parecía satisfecho. A veces la desataba y peinaba sus largos cabellos diciéndole palabras de amor: «Mi hermosura, mi perfección, eres sólo mía... No dejarás que se te acerque ningún hombre, ¿me lo prometes? Ese hombre con el que te vi una vez en el restaurante»... ¿Cómo lo había sabido?
Estaba de vacaciones. ¿Había vuelto por un día? ¿La había seguido? Así que él la amaba, ¡la amaba! A ese hombre, ya no le dejarás acercarse,¿verdad? Había aprendido a hablarle. No hacía nunca preguntas, no tomaba la palabra más que cuando él la autorizaba. Se preguntaba cómo lo harían cuando su mujer y sus hijos volviesen.
Por la mañana, él la despertaba. Depositaba él mismo el jamón blanco y el arroz sobre la mesa de la cocina. Ella debía estar limpia, vestida de blanco. Él pasaba un dedo por sus párpados, por su cuello, entre sus piernas. No quería olor entre sus piernas. Ella se dejaba la piel con jabón de Marsella. Ésa era la prueba más terrible: no debía traicionarse y apretaba los dientes para retener un largo gemido de placer. Pasaba un dedo sobre la pantalla de la televisión para ver si no había «polvo estático», otro por el alicatado, el parqué, por el manto de la chimenea. Parecía satisfecho cuando todo estaba limpio. Entonces él se volvía hacia ella y le rozaba la mejilla, una caricia muy suave que la hacía llorar. «¿Ves?», decía entonces, y era uno de los raros momentos en los que la tuteaba, «¿ves?, eso es el amor, cuando se da todo, cuando uno se entrega completamente, ciegamente, tú no lo sabías, no podías saberlo, vivías en un mundo tan falso... Cuando todos hayan vuelto, te alquilaré un
apartamento y te instalaré allí. Estarás purificada y quizás podremos, si tu conducta es ejemplar, suavizar un poco las reglas. Me esperarás, deberás
esperarme y yo me ocuparé de ti. Te lavaré el pelo, te bañaré, te daré de
comer, te cortaré las uñas, te curaré cuando estés enferma y tú
permanecerás pura, pura, sin que ninguna mirada de hombre te ensucie...
Te daré libros para leer, libros que yo elegiré. Te volverás culta.
Conocedora de cosas hermosas. Por la noche, te tumbarás con las piernas
abiertas en la cama y yo me tumbaré sobre ti. Tú no deberás moverte,
sólo soltar un pequeño gemido para mostrarme que sientes placer. Yo
haré lo que quiera de ti y tú no protestarás nunca».
—No protestaré nunca —repetía ella levantando la voz. Cuando encontraba un tenedor sucio sobre la mesa o granos de arroz, se enfurecía, la tiraba del pelo y gritaba: «¿Esto qué es, esto qué es? Está sucio, está usted sucia», y la golpeaba y ella se dejaba golpear. Le gustaba la angustia que precedía a los golpes, la tortura de la espera, ¿lo he hecho todo bien, voy a ser castigada o recompensada? La espera y la ansiedad llenaban su vida, cada minuto era importante, cada segundo de espera la llenaba de una felicidad desconocida, increíble. Esperaba el momento en el que le adivinaría feliz y satisfecho o, por el contrario, furioso y violento. Su corazón latía, latía, su cabeza daba vueltas. No sabía nunca. Ella se dejaba golpear, se echaba a sus pies y prometía no volver a hacerlo. Entonces él la ataba sobre la silla. Todo el día. Volvía a mediodía para hacerla comer. Ella abría la boca cuando él lo ordenaba. Masticaba cuando él lo ordenaba, tragaba cuando él lo ordenaba. A veces, parecía tan feliz que bailaban un vals en el piso. En silencio. Sin hacer ningún ruido, y era aún más hermoso. Ella apoyaba su cabeza contra él y él la acariciaba. Le daba incluso pequeños besos en el pelo y ella desfallecía. Un día en el que ella había desobedecido, un día en que él la había atado, sonó el teléfono. No podía ser él. Él sabía que estaba atada. Había descubierto, asombrada, que no le importaba saber quién llamaba. Ya no pertenecía a este mundo. Ya no tenía ganas de hablar con los demás. No comprenderían lo feliz que era.
Por la noche, en su casa, él ponía una ópera. Abría de par en par la ventana del salón y subía mucho el volumen. Ella escuchaba sin decir nada, arrodillada cerca de la silla. A veces, él bajaba el volumen para hablar por teléfono. O con el dictáfono. Se le oía en todo el patio. No importa, decía él, están todos de vacaciones.
Y después, apagaba la luz. Apagaba la música. Se iba a acostar.
O subía silenciosamente para verificar si ella dormía bien. Ella debía acostarse con el sol. No tenía derecho a la luz. ¿Que haría usted errando en un piso oscuro?
Ella debía estar acostada, la melena extendida sobre la almohada. Las piernas cerradas, las manos en el borde de las sábanas, y debía dormir. Él se inclinaba sobre ella, verificaba que estaba durmiendo, pasaba la mano por encima de su cuerpo y ella se sentía invadida por un placer inmenso, una ola inmensa de placer, que la dejaba mojada en su cama.
Ella no se movía, sólo sentía cómo el placer la inundaba. Ella no sabía, cuando él
entraba en la habitación, si iba a pegarle, a despertarla, porque había dejado un papel tirado en la entrada, o si iba a decirle palabras dulces, inclinado sobre ella, susurrando. Ella tenía miedo y era tan delicioso ese miedo, que se transformaba en ola de placer.
Al día siguiente, ella se lavaba aún con más cuidado que de costumbre para que él no sintiese olor corporal, pero con sólo pensar en la víspera, volvía a mojarse. Qué extraño es, nunca había sido tan feliz y ya no tengo nada mío. Ya no tengo voluntad. Se lo he dado todo.
Sin embargo, le desobedecía: escribía su felicidad en hojas en blanco que escondía detrás de la plancha de la chimenea. Lo contaba todo. Con detalle. Y eso le hacía revivir todo el placer y todo el miedo. Quiero escribir este amor tan hermoso, tan puro para poder leerlo y releerlo y llorar lágrimas de alegría.
He recorrido más camino en ocho días que en cuarenta y siete años de vida.
Se había convertido exactamente en la que él quería que fuera.
¡Por fin feliz!, murmuraba antes de dormirse. ¡Por fin feliz! Ya no tenía ganas de beber y mañana, dejaría los comprimidos para dormir. No echaba de menos a su hijo. Él pertenecía a otro mundo, el mundo que ella había dejado.
Y después llegó la noche en la que él vino a buscarla para esposarla.
Ella le esperaba, descalza, con su vestido marfil y el cabello suelto. Él le había pedido que esperara en la entrada, como una hermosa novia que se prepara para avanzar por la nave de la iglesia. Ella estaba lista.


Y ya lo otro es cuando la matan... y fin XD algo es algo , no es mucho pero....

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